El circo ucraniano que triunfa en Playa América: cambia la guerra por juguetes

Cuando se es niño se vive cada segundo con una intensidad que no se vuelve a repetir. No existen los problemas, pandemias ni guerras, se es feliz y el mundo gira en torno a la diversión. Quizás por este motivo el circo ucraniano instalado en Playa América desde la pasada semana haya centrado su espectáculo en la infancia. Comenzaron el pasado martes con muy buena acogida y de aquí a finales de verano ofrecen un único pase diario que comienza a las 20:30 horas.

La palabra “Ihrashka” significa precisamente eso, juguetes, y durante 80 minutos traslada a los asistentes a un mundo de color de rosa donde la imaginación echa a volar. Que este grupo de acróbatas de edades comprendidas entre los 20 y 26 años hubiese acabado haciendo saltos imposibles en Nigrán es mezcla de una serie de desafortunadas circunstancias, pero también del azar y de la buena fe de Abel Martín, director de la Fiesta Escénica con sede en Oia. Sus caminos se encontraron en Francia, a donde Martín llegó con su compañía para desarrollar el show acuático “Oceanía” con el circo galo Medrano. La docena de jóvenes acróbatas acudió a París para hacer un reemplazo de un mes mientras la plantilla titular se encontraba en Ucrania renovando sus visados. En ese momento estalló la guerra y ambos grupos se quedaron bloqueados, los que se encontraban con todo dispuesto para regresar a sus puestos en París fueron llamados a filas y sus compañeros sabían que iban a correr la misma suerte en caso de traspasar la frontera, de modo que se quedaron para cumplir el contrato fijado y sin quererlo se convirtieron en refugiados de gira permanente.

En junio finalizó el espectáculo y a partir de aquí la Fiesta Escénica tomó las riendas de la situación para evitar que los acróbatas se quedasen colgados. Se pusieron en contacto con el circo Inimitable, que además contaba con una carpa de 35 metros de diámetro color Ucrania y comenzaron a trabajar juntos buscando una fórmula que les permitiese un empleo. “Una vez que nos unimos todo comenzó a coger forma y encontramos muchísima colaboración”, relata. Por un lado, los propietarios del terreno donde están instalados y por otro los dueños de los apartamentos donde se alojan en Mougás mientras que la escenografía, el vestuario y el diseño del propio espectáculo corre por cuenta de la compañía oiense.

La idea ya es una realidad y hasta septiembre estarán trabajando en Nigrán, a partir de ahí todo es una incógnita al no haber plazos ni lo que se podrán encontrar al llegar a sus ciudades natales. “Las bombas hicieron saltar por los aires edificios y construcciones, pero también esparció a muchísimas familias que salieron del país”, explica Martín. Llegado el momento moverán ficha, por una parte, tiene la posibilidad de reenganchar los contratos en París después del verano, pero también quedarse y esperar para ver que ocurre.

Choque cultural y barrera idiomática derribada a base de smartphones

“Shasha”, “Dima”, “Nikita”, “Yegor”, “Archan”, “Lina” o “Marina” son algunos de sus nombres, desde que llegaron se pasan prácticamente todo el día entrenando y el poco tiempo que tienen libre lo aprovechan para conocer la zona, organizan excursiones o van a la playa, pero la barrera idiomática y cultural les supone un hándicap importante, aunque nada que no se pueda solucionar con un buen traductor y a base de costumbre. Precisamente sus conversaciones funcionan así, smartphone en mano y tecleando palabras para poder comunicarse. “Lo único positivo aquí es que mientras ellos aprenden castellano yo cojo nociones de ruso”, explica Martín, mientras recuerda que al principio los acróbatas se quedaban muy sorprendidos con los hábitos sociales de los países latinos. “No entendían por ejemplo como los hombres en Francia se saludan dándose tres besos, para ellos no es una conducta apropiada. Finalmente salieron de su burbuja, somos diferentes, más cálidos y esto al final les acabó gustando”, remata.