
La comunidad educativa del Val Miñor se vuelca con los primeros niños ucranianos llegados desde hace pocos días a la localidad. Sin perder un minuto comenzaron sus clases con el objetivo de integrarse lo antes posible dejando a un lado el calvario vivido en el último mes.
La directora del CEIP Humberto Juanes, Cristina Fernández, reitera lo delicado de la situación e incide en el papel que juegan las familias de acogida al ofrecer su techo y respaldo a personas que de manera directa o indirecta se encuentran en situación de vulnerabilidad. En este colegio se encuentra una pequeña de cinco años que ya asiste regularmente a clase. Se comunican con ella a través de pictogramas y adora la gimnasia acrobática, una actividad que ya practica con sus nuevos compañeros. Llegó a Nigrán el pasado sábado acompañada de su madre, una prima y su hermana de 14 que también se incorporó al curso del IES Val Miñor, que a su vez cuenta con otro alumno matriculado en similares circunstancias, ambos de 3º de la ESO.
El goteo de refugiados está siendo constante, el director del instituto nigranés, Damián Guede, explicó que están ultimando trámites para la entrada de otros tres jóvenes mientras que el CPI Arquitecto Antonio Palacios de Panxón tiene en sus aulas a otra pequeña desde hace más de una semana. En pocos días el CEIP Da Cruz-Camos recibirá con los brazos abiertos a su primera alumna. En este sentido las instrucciones dadas desde la Consellería no dan pie a medias interpretaciones dando prioridad absoluta a su escolarización inmediata, al tiempo que se va consolidando una pequeña comunidad ucraniana que a ojos de Guede será muy positiva desde el punto de vista adaptativo.
Pese a que todos comparten el hecho de haber renunciado a todo de la noche a la mañana, dejando atrás parte de sus familias, amigos o rutinas, los docentes coinciden en que sus reacciones, salvando las distancias, están siendo relativamente positivas, reforzadas por el apoyo que están recibiendo desde todos los ámbitos. Ahora se encuentran en pleno periodo de adaptación en un lugar desconocido y en donde la barrera idiomática supone un grave atranco para la integración, mientras los centros receptores ponen en marcha diversos planes de inmersión lingüística para minimizar su aislamiento y reducir al mínimo las consecuencias psicológicas que acarrea el hecho de haber escapado de la guerra.